24/09/2016 - 11:11
Por Yessica Clemente de Rejuega.
La imaginación es el mejor juego. Los más pequeños necesitan pocos ingredientes para divertirse y crear mundos más allá de lo material que les rodea. Por eso lo material no es tan importante. Todo es transformable, todo puede ser un juego.
Porque, de hecho, el juego se convierte en la infancia en una necesidad que brota desde el interior y necesita ser canalizada por medio del movimiento, las palabras, los sentimientos. Y encuentra en el espacio y en los juguetes sus herramientas para enriquecer esa actividad lúdica. Pero muchas veces esos juguetes no son juguetes como tales sino que son objetos cotidianos o material desestructurado que, en manos de los niños y niñas, se convierte en lo que ellos y ellas quieran que sea en ese momento concreto.
Nosotros, los adultos, como padres, madres, tíos, abuelos, padrinos, etc. disfrutamos viendo su juego y procuramos para él o ella todo lo mejor. Ya sea actividades programadas, excursiones, los juguetes más novedosos… Buscamos distracciones constantes y las materializamos la mayoría de veces. ¿Y si intentamos desmaterializar nuestras propuestas y seguimos nuestro instinto más infantil poniendo a su alcance materiales y juegos que activen su creatividad, estimulen su potencial y capacidades particulares? Así, favoreceremos que vayan probando una y otra vez hasta encontrar lo que buscan, descubriendo que el error es una muy buena herramienta de aprendizaje.... Y ya de paso, valoren su entorno y los recursos disponibles sin necesidad de tener que consumir en exceso.
Para jugar no hace falta gran cosa, sólo ganas de jugar.
Cuando nosotros éramos pequeños teníamos muchos menos juguetes y podíamos jugar sin parar. Ahora nos toca a nosotros permitir a los más pequeños explorar su juego libre y espontáneo, transmitiendo esos juegos de nuestra infancia que nunca pasarán de moda: el escondite, el pica pared, la rayuela, el veo veo, los juegos de palmas, el pilla pilla y tantos otros que seguro nos vienen a la mente y que no necesitaban ningún material. Y aquellos que sí los necesitaban como el elástico, la comba, los bolos, los aviones de papel, etc. que podíamos conseguir en nuestra casa o en la de los abuelos sin necesidad de comprar nada.
Aunque, de hecho, muchas veces el mejor juego era aquel provocado por una piedra, unas piñas y unos palos. Recursos que encontrábamos en la calle y nos servían para jugar a los chinos, crear dibujos o mandalas, o jugar al fútbol callejero con esas maravillosas reglas creadas por los niños. De hecho, los palos dan tanto de sí que existe un libro titulado ‘El libro de los palos’ de Jo Schofield (editado por Rodeno) que consiste en una recopilación de aventuras y manualidades, juegos creativos y de imaginación, conservación del medio ambiente, música y mucho más que los niños pueden hacer con este elemento de la naturaleza.
Más allá de materiales naturales como los palos, existe también toda una serie de materiales que denominados desestructurados, que no son naturales y nos rodean en nuestro día a día: envases, latas, cajas, botones, cuerdas, ollas, tapones, chapas, corchos, etc. Estos elementos se pueden convertir en múltiples juegos y posibilidades creativas y lúdicas, y en la mayoría de casos consisten en residuos que dejan de serlo en el momento que les damos un nuevo uso.
En mi casa, una caja de cartón no se puede tirar. He visto crear aviones, coches, naves espaciales, casas, barcos, y hasta una televisión en la que los programas eran los diálogos de los propios niños. ¿Qué mejor juguete que aquel que crean los propios niños a partir de sus deseos, intereses, experiencia y capacidad? Jugar con una caja favorece a la creación de la plasticidad mental de los más pequeños, aspecto muy importante para el pensamiento creativo: una cualidad que supongo ninguna máquina será capaz de copiar. Está claro que las cajas son elementos que permiten crear juegos diferentes y únicos. Este vídeo es un claro ejemplo.
Un ejemplo sorprendente es el de Caine, un niño de 9 años que creó una sala de máquinas recreativas con cajas y otros materiales durante un verano. Unas máquinas que resultaron ser una verdadera obra de ingeniería. Finalmente se trataba de máquinas que cualquiera podía usar a través de una entrada que también fabricó Caine. Un día pasó por allí un realizador que compró un boleto y la vivencia que pudo tener con las máquinas fue tal que decidió crear un vídeo dónde se explica esta historia y que cuenta con más de cinco millones de visualizaciones. Y a partir de esta iniciativa se creó una fundación con el objetivo de promover la creatividad y el espíritu emprendedor de los niños: la Imagination Foundation, que organiza sesiones de juego y creatividad para todo el mundo.
¿Qué podemos hacer los adultos para potenciar, y no limitar, la capacidad creadora de los niños y niñas?
- Valorar los materiales que han sido desechados como recursos y considerarlos válidos para el juego y el aprendizaje.
- Poner estos materiales a su disposición, en un primer momento, como un material desestructurado para jugar.
- Crearles juguetes con material reciclado cuando ellos aún no son capaces.
- Invitarles a participar de la creación cuando ellos y ellas sean un poco más grandes.
- Dejarles a su disposición un contenedor con material reciclado suficiente para que ellos y ellas mismas busquen las soluciones para crear aquello que quieren. Y si nos necesitan, acompañémoslos procurando que sean ellos y ellas los verdaderos creadores de su “obra”.
- Valorar más el proceso productivo que el resultado final. No será una “gran obra” a nuestros ojos pero para ellos y ellas será: “la gran obra”.
- Fomentarles un momento de reflexión antes de comprar cualquier juguete: lo podría hacer yo en casa?
Si no sabéis por dónde empezar con todas estas ideas, comparto con vosotros esta carpeta de Pinterest con recetas para crear juguetes en casa con vuestros hijos e hijas: Juguetes HandMade. En definitiva, ¡se trata de jugar, sin más!
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