29/06/2016 - 12:46
En la comunicación digital, la mayoría de servicios cuentan con una versión básica (no premium) que es gratuita. Más allá de las estrategias de marketing que nos hacen querer cada vez más y con más prestaciones, aunque sea pagando; ¿qué más se esconde tras este dispendio de funcionalidades a coste cero? ¿Cómo se financian las empresas que facilitan estos servicios? En general, todas las compañías que nos ofrecen sus productos están interesadas en invadir nuestra privacidad, ya que el producto con el que pueden obtener beneficios, normalmente en forma de publicidad, son nuestros datos (ya sean personales, de ubicación física o nuestro comportamiento de navegación). Aquí está el quid de la cuestión: resulta que el producto por el que ‘no pagamos’ somos nosotros. Compartimos este contenido del último Cuaderno del número 50, sobre 'La huella de la era digital'.
Muchísimas webs, casi todas, utilizan las famosas galletas (cookies) para guardar información sobre nuestra navegación. Las galletas son una serie de microprogramas que se instalan en nuestro dispositivo y envían al propietario del lugar web información sobre nuestra IP o MAC (la «matrícula» de nuestro dispositivo), el tiempo que utilizamos el lugar web y cómo lo utilizamos, y a menudo también sobre los otros lugares web que consultamos mientras tenemos dicha web abierta. Además, el diálogo que se abre cuando una web te avisa que está a punto de instalar unas galletas no ofrece demasiadas opciones: 'Si aceptas la instalación de las cookies, pulsa Aceptar o Continuar. Puedes leer más información. O bien, si continuas navegando entendemos que aceptas las condiciones.' ¿Dónde está el ‘no’ en este diálogo? En la Guia sobre l'ús de les cookies de l'Agencia Española de Protección de Datos se pueden consultar detalles acerca de las galletas y también sobre nuestros derechos en relación a su uso.
David Megías, director del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), destaca que las cookies no son necesariamente 'algo malo', que nos pejudique siempre. Éstas se idearon para poder almacenar información entre sesiones diferentes en el acceso a una misma web. Esto permite que cuando volvemos a navegar por la misma página no tengamos que volver a introducir toda la información (por ejemplo, rellenar un formulario), ya que esta información se almacena en las galletas de nuestro dispositivo. Esto no está mal, ¿verdad? El problema llega cuando las galletas se utilizan con otras finalidades, como determinar qué tipo de producto nos gustaría comprar en base a nuestras búsquedas.
David Megías también insiste en que se debe romper ciertos mitos como que ‘Google vende nuestros datos’, ya que en realidad Google no puede comerciar directamente con ellos (por ejemplo con el historial de navegación) sin nuestro consentimiento (el cuál escogemos dar o no dar cuando Google nos lo pregunta y especifica en su política de privacidad). Evidentemente, las empresas interesadas en tener los perfiles de los usuarios son las que se dedican a las ventas directas o bien a la publicidad. Poder enviar publicidad personalizada es el sueño de cualquier vendedor o publicista. Y de hecho, los mayores beneficios de Google provienen de los servicios de publicidad. Por este motivo lo que podemos hacer cuando navegamos por Internet es no dar nuestros datos sin consultar el objetivo final de esta recogida de información ni valorar si tiene sentido hacerlo; y leer las políticas de privacidad de los entornos que más visitamos.
Pero, ¿qué más podemos hacer para recuperar nuestra privacidad en la red, más allá de navegar de manera más consciente? ¿Qué opciones tenemos? Por un lado aún deberemos renunciar, de momento, a la comodidad adquirida escogiendo aplicativos, programas o servicios que se encuentran fuera del mainstream (lo que tiene la mayoría de gente). Pero, por otro lado, también hay opciones open source que ya son de uso mayoritario como Wordpress, Ubuntu o bien Open Office.
Por lo tanto, no siempre se tiene que renunciar a comodidades, sino, en todo caso, buscar estas comodidades en otros entornos menos invasivos y más procomunes, apostando y participando de un cambio cultural y político para crear un marco legal que apoye enfoques de carácter colectivo y de base social. En la Guía Práctica del número 50 sobre el impacto ambiental y social de Internet hemos recopilado algunos de estos entornos, aplicativos, redes sociales, navegadores, etc; que ofrecen buenas prestaciones pero bajo el paraguas del bien común y la no vulneración de la privacidad.
La investigadora Mayo Fuster, también del IN3, insiste en una idea clave sobre nuestra libertad en Internet a través de una comparación que invita a pensar: 'Un preso está muy cómodo en su celda ya que le llevan la comida, lo mantienen, no tiene que hacer ni pensar en nada más; pero, ¡no es libre!'
La no neutralidad de Internet, ¿somos conscientes?
Tracking, blocking, throtting, paid priorization… Todo esto nos ‘suena a chino’ o incluso parece un trabalenguas, pero en realidad son prácticas que ocurren diariamente y que nos afectan directamente. Todas están relacionadas con el concepto de no neutralidad, es decir, que los servidores no dan a todos las mismas posibilidades de acceso a la información de la red. Por ejemplo, bloqueando (blocking) las visitas a ciertas páginas, o ralentizando o acelerando intencionadamente estos accesos (throttling), y además haciéndolo en función de la cantidad que pague el navegante (cliente). Quizás ara os suena todo un poco más, ya que prácticamente todos las webs lo practican y nosotros somos las principales víctimas, más o menos conscientes; pero así es.
Organizaciones como W3C (pro estándares abiertos), EDRI.org (pro privacidad y protección de datos), APC (pro acceso universal), pro commons (Netmundial, The Green Group, The Commons NetWork, Heinrich Foll Fundation), Internet society (ISOC.org), y Electronic Frontier Foundation (EFE.org) velan por un acceso universal a Internet, respetando los derechos humanos de las personas.
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