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Sobre la importancia de lo invisible

La mirada de Jorge Riechmann

En nuestro mundo se da mucha importancia a las apariencias o los resultados finales de un proceso. Los ciudadanos críticos son conscientes de que a menudo importa más lo que no se ve, y lo rastrean para evaluarlo e intentar mejorarlo.

Este artículo es un extracto del prólogo del libro Sustentabilidad y Globalización, de Jorge Riechmann que publicamos en el número 14 de Opcions.

JORGE RIECHMANN dirige el Observatorio de la Sostenibilidad en España, con sede en la Universidad de Alcalá;  además es profesor titular de filosofía moral en la Universidad de Barcelona, y  responsable de biotecnologías y agroalimentación en el Departamento Confederal de Medio Ambiente de Comisiones Obreras. Poeta, ensayista y traductor literario.


Lo importante de la tecnología genética –como de cualquier tecnología—es el producto final, es decir la planta, en el caso de los organismos modificados genéticamente, opina el investigador norteamericano G.S. Prakash, profesor de la Universidad de Tuskegee (Alabama) y entusiasta presidente de la organización de propaganda Agbioworld Foundation. Pues bien, hay que contestar con un rotundo no: precisamente esa forma tan miope de ver las cosas es la que, en buena medida, ha conducido a un siglo de desastres ecológicos y sociales.

Lo importante no es sólo el producto final: importan también el proceso de producción, el “ecosistema industrial” donde se realiza la producción, las condiciones de trabajo, el contexto cultural de la producción, las relaciones laborales, las estructuras de propiedad y control sobre los medios de producción, la distribución de los “bienes” (productos útiles) y “males” de la producción (costes externos, daños para terceros), los efectos de la producción sobre el entorno natural y sobre las generaciones futuras... Bien puede suceder que los efectos más preocupantes, o directamente dañinos, del monocultivo masivo de una planta transgénica tengan lugar muy lejos –en el tiempo y en el espacio—de donde se consume el producto final. Aparte de las propiedades y la calidad del producto, nos interesan mucho las propiedades y la calidad del proceso.

De hecho sucede que, cuando tratamos los asuntos humanos, tanto a nivel individual como colectivo, a menudo importa más lo que no se ve que lo que fácilmente se ve. Y lo mismo pasa con las cuestiones ecológicas (o ecológico-sociales, por hablar con más propiedad). Como cuando calculamos la mochila ecológica de los bienes y servicios que consumimos cotidianamente. Para un producto determinado, se trata de la cantidad de materiales que se suma durante todo el ciclo de vida de ese producto (“desde la cuna hasta la tumba”, como se dice a veces).

Así, por ejemplo, una bandeja de madera de kilo y medio de peso tiene una mochila ecológica que pesa más de dos kilos (esto es, los movimientos de materiales necesarios para su fabricación superan los dos kilos). Pero una bandeja de cobre que preste los mismos servicios puede tener una mochila de media tonelada (contabilizando el mineral explotado, el agua consumida y contaminada, los movimientos de materiales en la cadena de transporte...): como se puede ver, las opciones de producción y consumo que desembocarán en cada una de las bandejas tienen impactos ambientales espectacularmente diferentes.

La mochila ecológica de un automóvil pesa más de 15 toneladas (es decir, más de diez veces el peso del propio coche). Es fácil apreciar que, en casos como éste, lo que no se ve cuenta mucho más que lo que se ve.
Convencionalmente se emplearía la imagen del iceberg para ejemplificar esta situación: la enorme masa de hielo que permanece bajo el agua, y no se ve, es mucho más importante que la parte visible.

El alcance de la idea de rastreabilidad, introducida a raíz de escándalos como las vacas locas o los pollos a la dioxina, debe desbordar ampliamente el marco de la seguridad alimentaria. Rastrear los orígenes ocultos de los procesos y seguir la pista de las consecuencias lejanas se torna un imperativo ético y cívico en las opacas y enmarañadas sociedades industriales que hemos construido. La ciudadana, el ciudadano crítico del siglo XXI serán primordialmente rastreadores. Y el pensamiento de inspiración ecologista tiene un componente esencial de rastreo.

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