12/12/2007 - 17:08
Si hay que avivar el consumo, los artículos deben ser poco duraderos. Hoy es una obviedad bien normalizada, sin embargo hace 60 años los pioneros de esta estrategia económica tuvieron que hacer un ejercicio de apertura mental para reordenar la escala de valores hasta que se conformó la nueva cultura según la cual es mejor fabricar objetos caducos que duraderos.
Si hay que hacer artículos duraderos, la economía no puede sostenerse sobre el consumo. ¿Algún pionero se apunta al reto?
MEJOR CÓMPRESE UNO NUEVO
--Hola buenas, querría arreglar este equipo de música. Desde hace unos días no se enciende.
- No creo que le merezca la pena, le va a salir por poco menos que uno nuevo y probablemente no tiene arreglo, no hay repuestos para las piezas internas...
Muchos hemos experimentado frustrantes situaciones análogas a ésta en las que tienes que ponerte tozudo para no entrar en la espiral consumista. A veces llegamos a sospechar que el diseño de los objetos busca esta caducidad prematura o la imposibilidad del arreglo. Y la verdad es que nuestras sospechas no van desencaminadas... Echemos una ojeada a la historia del diseño industrial.
Obsolescencia planificada, receta para mercados fatigados. Éste era el título de un artículo de M. Mayer publicado en 1959 en la revista Dun's Review and Modern Industry, en el que se observaba: Cuanto más durable el artículo, con mayor lentitud será consumido, por lo que proponía hacer parecer deliberadamente viejos los artículos.
Y es que el hecho de diseñar de manera planificada un producto para que su vida útil tenga una duración limitada es una historia que viene de lejos. Ya a finales de los 30, en un juicio por un caso de obsolescencia planificada contra la General Electric se presentaron varias pruebas entre las que había un ilustrativo mensaje de un trabajador informando a otro sobre la decisión de cambiar la vida de una lámpara de 1.000 a 750 horas, añadiendo esta nota: No pensamos dar publicidad alguna al hecho de que queramos introducir este cambio.
En 1956 la revista Electrical Manufacturing publicaba una propuesta de cura para el previsible estancamiento del mercado estadounidense: La dura lógica de nuestra economía nacional respaldaría la necesidad de una amplia política de obsolescencia planificada a fin de aprovechar al máximo nuestro potencial de productividad y nuestro progreso tecnológico. En 1958, la revista Design News describía la política de un destacado fabricante de radios portátiles que diseñaba sus productos para que no durasen más de tres años. Un ingeniero de la compañía defendía su filosofía de esta manera: Si las radios portátiles durasen 10 años, el mercado se saturaría y las ventas de reposición no podrían mantener el volumen de fabricación; esto dificultaría el progreso técnico, algo que a la larga iría en contra de todos.
En Retailing Daily un destacado diseñador industrial introducía un nuevo concepto de patriotismo: Fabricamos buenos productos, inducimos a la gente a comprarlos y al año siguiente introducimos deliberadamente algo que hará que los primeros resulten anticuados, pasados de moda, obsoletos... No es un derroche organizado. Es una sólida contribución a la economía norteamericana.
VARIAS FORMAS DE OBSOLESCENCIA
Existen esencialmente tres tácticas para planificar la vida útil de un producto:
- Obsolescencia de calidad, por la cual el producto queda prematuramente inservible o desgastado. Una máxima en este campo es que la vida útil de un producto viene limitada por la durabilidad de la pieza más débil. Durante el desarrollo del mítico modelo T, Ford instruyó a sus ingenieros para recorrer los cementerios de automóviles de todo el país y averiguar qué piezas estaban en buen estado. Éstas debían ser sustituidas por otras peores en los modelos nuevos.
- Obsolescencia de función, por la que el producto queda desplazado por otro que ejecuta mejor su función. Por ejemplo, el desarrollo del estereofónico fue retenido durante muchos años. A finales de los 50, diez millones de estadounidenses eran propietarios de fonógrafos monoaurales relativamente nuevos, y la demanda disminuía. Era el momento de sacar una novedad (una patente con casi 20 años de antigüedad) que permitía el sonido estereofónico y dejaba anticuados los aparatos de sonido “mono”.
- Obsolescencia de atractivo, por la que el producto se diseña con una marcada línea estética con lo cual estará “pasado de moda” cuando la tendencia estética predominante cambie. Veamos.
LA MODA, FUGAZ MÁS QUE PASAJERA
Los límites morales o incluso comerciales (si tus productos salen demasiado malos al final tendrás mala fama) de la obsolescencia planificada de calidad impulsaron a buscar otras formas de tornar obsoletos los productos. El enfoque más seguro consistía en desgastar los productos en la mente del dueño, y en este sentido los conceptos moda y modelo venían como anillo al dedo. Cuando el consumidor interioriza que el estilo estético es un elemento trascendental en un producto, su caducidad viene marcada por la vigencia del estilo estético de su diseño. G. Nelson lo explicaba en la revista Industrial Design: El diseño es una tentativa de realizar una contribución por medio del cambio. Cuando no se efectúa contribución alguna, ni se puede efectuar, el único proceso que queda para ofrecer la ilusión del cambio es el “modelo”.
Para 1960, las modas femeninas del vestido recorrían un ciclo completo en 7 o 10 años. La treta, según apuntó un director de ventas, era hacer funcionar cierta cantidad de ciclos de moda dentro de la misma tendencia. De esta manera los productos se tornarían obsoletos antes ya que las tendencias estéticas, irían “más deprisa”. Por ejemplo uno de los secretos del éxito de Charles Revlon fue introducir la moda en el esmalte para uñas, con cambios de estilo en el tono ampliamente anunciados cada seis meses.
Y contaba L. Cheskin, del Instituto de Investigación del Color: La mayoría de los cambios en diseño se realizan no para mejorar el producto, ya sea estética o funcionalmente, sino para tornarlo obsoleto. Toda industria trata de emular la de las modas femeninas. Ésta es la clave de las ventas modernas.
La industria del automóvil fue el primer sector que se sintió fascinado por el aumento de ventas que podía conseguirse gracias a la pasión por la moda y los nuevos modelos, tal y como ocurría en la ropa femenina. En 15 años, Ford había bajado el precio del modelo T de 780 a 290 dólares, ateniéndose a un diseño básico y pequeños cambios. Entonces sus competidores, como contraataque, pusieron el acento en los cambios anuales y en la variedad. En la Ford se dieron cuenta de que ahí estaba una parte importante de la jugada, por lo que el diseño fue separado del departamento de ingeniería y su dirección se encomendó a un antiguo diseñador de ropa femenina.
DARLE SENTIDO AL SINSENTIDO
Con este paseo por la historia del diseño industrial vemos los albores de muchos fenómenos del mercado de nuestros días. No estamos diciendo que la baja calidad o durabilidad de muchos objetos tengan que ver sólo con el diseño obsolescente. La frenética carrera para abaratar precios y consecuentemente costes de producción, que es retroalimentada por el consumo inconsciente y avivada por el poder y por las tendencias marcadas por los principales comercializadores –las grandes superficies, lleva a las interminables cadenas de subcontratación de la producción, las pésimas condiciones laborales, los frenéticos ritmos de producción, la mala calidad de los materiales... todo ello juega en contra de la durabilidad de los productos.
Tampoco queremos dar a entender que la moda tenga como única explicación las estrategias comerciales para acelerar la sustitución de los productos. La estética es una de las formas de expresión de nuestra identidad, creatividad, nuestro ser y hacer... justamente por ello constituye un ámbito susceptible de ser instrumentalizado y atrofiado por intereses comerciales.
Lo que hemos querido ilustrar es cómo sinsentidos como hacer que un objeto deje de ser útil antes de tiempo puedan cobrar todo el sentido en la creciente espiral de producción y consumo.
Por todo ello, el ecodiseño como respuesta desde el diseño industrial al reto de la sostenibilidad no puede perder de vista, a parte de la eficiencia energética, la reciclabilidad de los materiales, etc., otros elementos igual de básicos como el excesivo protagonismo de la estética, la durabilidad del producto, la posibilidad de reparación, la disponibilidad de repuestos, la calidad de los materiales, etc.
Autor: GABI, es activista e ingeniero industrial.
Podéis encontrar este artículo en la revista número 24.
Os recomendamos un documental sobre este tema: Comprar, tirar, comprar.
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